- Radicalismos Torpes
- Sin Diálogo hay Caos
- Los Ex Gobernadores
Es una norma esencial y antigua, pero no caduca: el ciudadano común puede hacer todo excepto aquello que le está específicamente prohibido por la ley; a cambio de ello, los funcionarios públicos sólo pueden proceder de acuerdo a las funciones estrictamente señaladas para los mismos sin ninguna posibilidad –legal- de extralimitarse. A veces se olvida como igualmente se marginan los conceptos y definiciones sobre mandante y mandatario, estado o gobierno, patria y nación.
La soberbia de los nuevos gobernantes les ha llevado a considerarse superiores aunque, en ocasiones, deban rectificar ante la reacción comunitaria y las presiones del exterior. Por ejemplo, el humillado enrique peña nieto, tras sus últimos periplos internacionales, difícilmente volverá a utilizar el vocablo “populista” –de acuerdo al diccionario, “quien defiende los intereses populares” y no su acepción de demagogo y manipulador de masas-, luego del tremendo repaso que le dio Barack Obama con mal talante; con ello, claro, se debilitó todavía más la figura del mandatario mexicano y, con ello, se ensancharon las rutas para la injerencia de las grandes potencias en los asuntos del más débil eslabón del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
A mayor debilidad, lo hemos dicho ya, aumentan las condiciones de quienes buscan extender sus mercados, sin límites, desde el norte hacia el sur para asegurar la salida hasta de los desperdicios una vez que recorrieron la Unión Americana y Canadá. En sentido contrario a cuanto sucede con nuestra producción –se envía lo mejor al extranjero y nos quedamos con frutas raquíticas y cárnicos de segunda clase-, desde las potencias nos llegan sólo lo que no se consumió allí, esto es los perecederos con bastante tiempo en los anaqueles. Y lo mismo va para el maíz importado que para verduras y vitaminas animales.
Es curioso: por la “cultura” anglosajona crecen los movimientos animalistas que tienden a colocar, en el mismo nivel de la tabla zootécnica a racionales e irracionales; sin embargo, la industria de la carne es floreciente lo que demuestra cuál es la prioridad: la matanza de animales para proveer a los seres humanos de las vitaminas necesarias para la subsistencia aunque las grasas, en exceso, pueden hacernos colapsar. La doble moral, permanente, llega a extremos tan grotescos como las manifestaciones en contra de las tradiciones más arraigas mientras se aprovechan integralmente los derivados de las aves, los cerdos y las reses; también de los peces y otras especies que proveen de valiosas piezas como los colmillos de los elefantes y las garras de los felinos, entre otros tantos excesos convertidos en lujos exóticos para los multimillonarios.
En la misma línea podemos situar a la política y a quienes la ejercen. Hace unos días reflexionaba sobre la nulidad del mandatario vigente al no poder ser clasificado de modo alguno; ni es revolucionario, ni populista –como él definió-, ni tecnócrata asido a las fuentes de la economía poco dominadas por él. Es, en pocas palabras, algo así como la “nada” en medio del alborotado mar de los desechos sólidos del sistema político mexicano. Una especie de Valle de los Leprosos con tintes de modernidad.
Por ello, cabe subrayar, los operadores de Los Pinos, a veces tan descocados que optan por ignorar sus límites o francamente reírse de ellos –esto es como si el sexenio fuera eterno-, suelen proponer ordenamientos que superan sus propios límites constitucionales. Por ejemplo, han tratado de controlar las manifestaciones públicas, reduciendo áreas o copando a los marchistas con la odiosa Gendarmería Nacional –un invento del colombiano Óscar Naranjo Trujillo, que se atuvo a los paralelismos de nuestro país con el suyo-, y los demás órganos represivos a cargo de los distintos gobiernos estatales y el de la Ciudad de México. ¿Para quiénes resulta más sencillo sembrar vándalos a sueldos para desprestigiar los movimientos civiles? Cualquiera, hasta los más reacios a los plantones y bloqueos –sin duda, molestos e irritables pero, tantas veces, necesarios para tratar de conmover la frialdad oficial-, dará su propia respuesta con un alto índice señalando a los maniobreros con ropajes de funcionarios.
Porque, además, resulta francamente ominoso que las protestas tengan un tinte específico y, por ende, no se admitan opiniones en contrario. Debo decir que, en lo personal, no me siento cómodo con los desfiles de la comunidad lésbico-gay –además de bisexuales y transexuales-, por los excesos que llegan a convertir a los integrantes de la misma en caricaturas de sí mismo. Pero, entonces, si tienen ya la posibilidad de expresarse sin límites –aunque se abuse de los espacios públicos para exaltar sus tendencias en pantaletas y enrollados con rosas listones-, ¿por qué se enfadan cuando otros manifiestan opiniones en contrario, por ejemplo, contra los matrimonios gays o lésbicos, cuyos vericuetos no han sido del todo resueltos?
Este columnista sostiene que el término matrimonio debe situarse en la línea de la convivencia entre personas de distinto sexo; ello no quiere decir que las parejas de otras tendencias no tengan derecho a unirse bajo un régimen similar aunque, lógicamente, con limitaciones tales como la procreación. Esta diferencia sustantiva debiera marcar los términos para evitar estériles guerrillas verbales. Claro, pueden tenerse los mismos derechos pero sin derribar las fronteras de la naturaleza y es aquí en donde se impone el criterio acerca de que la convivencia entre individuos del mismo sexo puede calificarse de otras maneras: unión conyugal, por ejemplo, o acuerdo de vida. Pero, ¿por qué matrimonio?
Esta pregunta se la hacen millones aunque sólo unos cuantos la formulan por temor a ser considerados oscurantistas o poco menos que inadaptados o estúpidos. Esto es: no existen condiciones similares para expresarse entre quienes ponderan las relaciones entre elementos del mismo sexo y cuantos son heterosexuales lo que ya es casi una postura retrógada a la vista de los vanguardistas que emulan a la “cofradía de la mano caída”. Ni modo, permanezco en este nivel que parece, a los ojos de las autoridades convenencieras, inconveniente o en desuso. Pero es mi derecho, como el de muchos otros, expresarlo sin perder la condición de liberales.
Apunto lo anterior porque, como escritor y periodista, es mi deber tratar de ser objetivo. Y, pese a mis opciones liberales –procuro que no sean extremas-, debo subrayar que la derecha también tiene la posibilidad, legítima por demás, a expresarse sin ataduras siempre y cuando no se convoque a la subversión. Y es ello lo que hizo el Obispo de Toluca, Francisco Javier Chavolla Ramos, quien marchó por las calles, encabezando a su grey, solicitando –o exigiendo-, la realización de matrimonios “homo”. Dio sus razones y expuso sus criterios, acaso no coincidentes con los de la mayor parte –incluyéndome-, y acabó siendo blanco de una campaña de linchamiento por la contraparte, los gays y demás, asumiendo que la sola manifestación de sus ideas era una especie de grito de guerra por alentar “el odio hacia las minorías” con otras tendencias sexuales.
Obviamente, en estos tiempos, las sotanas no son un buen blindaje en este renglón al mantenerse la impunidad judicial sobre curas y jerarcas pederastas o abusadores de señoritas ya adultas pero ingenuas, un tema poco tratado ante el horror de lo primero. Pese a ello, es necesario que todos expongan sus puntos de vista, aunque sean radicalmente extremos, por el bien de una nación convulsa en donde cualquier discusión o debate lleva, de manera inexorable, al choque y a los posteriores descarrilamientos.
Por desgracia, con un gobierno atrofiado, en cuanto a ideas y definiciones, cualquiera salta a la palestra para sentirse más papista que el Papa. Y es este el gran atolladero que nos está llevando al colapso social, político, económico y religioso. Porque, sencillamente, es imposible obligar a los mexicanos, dentro de un mosaico plural, a pensar en el mismo sentido como pretende el gobierno sociópata que padecemos.
Debate
En México cada llamada al diálogo es observada como una maniobra para mantener los engaños. La posición del titular de la Secretaría de Gobernación, Miguel Ángel “El Chino” Osorio Chong, es la más ilustrativa para ello: cita a juntas de larga duración para concluir que es necesario seguir “dialogando” en otras nuevas reuniones sin salidas, Como condición para aterrizar se exalta una sola: reconocer las imposiciones del gobierno, como las reformas jamás consensuadas con quienes habrían de cumplirlas, sin el menor tinte democrático.
Es en este punto en el cual se han extraviado las supuestas y falsarias “buenas intenciones”. Como no se ofrecen alternativas ni salidas, los citados, como ha ocurrido con los maestros disidentes, no obtienen sino advertencias a posteriori y represiones bajo el supuesto de que con ellas se sirve a la ciudadanía enfadada. Así comenzó la escalada de Tlatelolco en el violento 1968. No podemos olvidarlo.
La ausencia de actitudes conciliatorias dibuja el perfil de un gobierno repelido en el mundo entero, ya no sólo en el entorno mexicano, ante la proliferación de hechos degradantes y la paulatina baja de la imagen presidencial: oficialmente se estima que el 63 por ciento de los mexicanos reprueban la gestión presidencial si bien, en otros sondeos menos ligados al poder, se subraya que ocho o nueve mexicanos entre diez manifiesta su condena al estado de cosas. Una situación francamente inmanejable y sin precedentes.
Pero tampoco el sector oficial se preocupa gran cosa por imponer medidas impopulares. Se trata de eso: de medir la resistencia colectiva para asestar el golpe final a nuestra soberanía. Los entreguistas de hoy serán llamados traidores.
La Anécdota
Quienes están a punto de entregar gubernaturas no saben cómo salir de la ratonera. Estiman que está en sus manos, controlando a Congresos bien maiceados, la posibilidad de “blindarse” in extremis contra cualquier barrunto de tormenta en los renglones financieros, políticos y respecto a la violencia y las persecuciones comenzadas por ellos. En esta posición están los gobernadores de Veracruz, Tamaulipas, Quintana Roo, Chihuahua, Sinaloa, Puebla y Zacatecas.
La vergüenza mayor sería que el presidente llamara a cualquiera de ellos para integrar su gabinete moribundo. Sería una bofetada para la ciudadanía en su conjunto, para los mexicanos con libre albedrío.
La autoridad moral, en la política y en la vida cotidiana,
surge de la congruencia.
Quien vive como una veleta,
como aquellas de tinte romántico que se alzaban sobre el paisaje de Yucatán,
acaba irremisiblemente cayéndose al pozo.